Jorge.

Un día cualquiera, alguien que quieres, alguien que necesitas, desaparece de tu vida para siempre. Sabes que no lo volverás a ver nunca mas, aunque quieras, y que su recuerdo la mayoría de las veces afecta porque te hace sentir menos acompañado para enfrentar todo lo que viene. Mi papa murió un 14 de diciembre del 2004, de un infarto. Había cumplido 50 años hace dos semanas. Fue la primera navidad en que mi hermana, mi mama y yo, lo pasábamos sin él.
Igual en esa fecha nos hicimos regalos, conversamos, nos reímos y cocinamos cosas ricas, pero nunca es lo mismo cuando se sabe que en la mesa hay un puesto que antes ocupaba alguien cercano y que de un día para otro queda vacío.
Vivíamos en Concepción. Ese verano lo pase solo en mi casa la mayor parte del tiempo. Mi familia decidió pasar las vacaciones en Santiago, donde están repartidos las mayoría de nuestros parientes y es donde vivimos los tres actualmente. Yo preferí quedarme solo, ver tele hasta tarde, comer lo que quisiera, ir a la playa, bien temprano, cuando no hace calor ni hay gente. Echaba en mi mochila galletas, una coca cola y algo para leer, y me tiraba de espalda escuchando las olas caer en la orilla.
En ese momento, ver el mar, enorme, interminable, hacia que la mayoría de mis pensamientos perdieran importancia. Me sentía pequeño, poca cosa, casi confundible con la arena.
Dentro de poco vamos a decorar el árbol, comer pan de pascua y tomar cola de mono. Alguien no va a estar para disfrutarlo. No importa:Papá, escribir todo esto es solo otra extraña forma que tengo para hacerte un regalo y mandarte un abrazo.
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